
La muerte de Descartes, hablando mal y pronto, fue culpa de "una Hostia bien dada".
Oblaciones envenenadas con arsénico. Las ideas de Descartes eran peligrosas y no agradraban a la Reina Cristina. Así que, con las oblaciones con las que iba a comulgar Descartes le envenaron con arsénico.
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